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sábado, 12 de enero de 2008

De mujer a niña

Es jueves, son las 8 de la noche y en la casa de reposo “Casa Mía”, la mayoría de los ancianos están cenando, durmiendo o viendo teleseries. Un grupo de 6 mujeres juegan póquer en la terraza del apartamento, acompañadas del Pisco Sour que sagradamente prepara todas las tardes Anita Rusque, la más joven de las octogenarias mujeres. En la mesa están las cartas y los bombones apostados. Comienza el juego y todas no tardan en exclamar que deben apurarse, pues “la Tere” puede llegar en cualquier momento a estropear el momento.

20 minutos de juego, todo tranquilo hasta que de pronto alguien abre la puerta que da a la terraza. Las mujeres voltean y posteriormente se miran incómodas ante la situación, la razón: una mujer de tez y pelo blancos, con ojos verdes rodeados de profundas arrugas que evidencian su delgadez se acerca cubierta con un pintoresco vestido fucsia. Es María Teresa Figueroa que entra tomada del brazo de Susana, su enfermera. La mujer llora desconsoladamente y aprieta la mandíbula mostrando su deteriorada placa, apenas logra sentarse en el sillón se toma el pelo y comienza a tirárselo, su llanto a esta altura ya se ha transformado en gritos y pataletas que su enfermera intenta calmar pasándole el yogurt que trae en su bolsillo. Pero María Teresa está incontrolable y sin siquiera abrirlo lo tira al suelo.

Ahora las 6 mujeres y la enfermera están tratando de calmarla, pero saben que la única manera de lograrlo es pasarle sus apuestas. Pero nadie quiere hacerlo, todas la abrazan y le hacen cariño, pero nada. Después de 5 minutos de arrumacos, la mujer no desiste y son ellas las que sí lo hacen. 5 minutos más y María Teresa ríe mostrando su placa llena con los bombones que las mujeres tenían para apostar. Tres de ellas ya bajaron a sus piezas refunfuñando, una fuma mirando el anochecer de Santiago y las otras dos juegan con “la Tere” mientras hablan con la enfermera que no cesa de pedirles disculpas.

Así pasan los días en la casa de reposo de la comuna de Providencia. Un lugar que está tapado de miles de recuerdos para cada uno de sus moradores, para todos excepto para una.

Entre tres

Como cada noche durante los últimos 28 años, María Teresa a las 21 horas comenzaba con los preparativos para cerrar su farmacia. Ese día de invierno del año 2000 había llovido bastante, por lo que el aserrín de la entrada estaba empapado. Mientras lo barría vio acercarse a tres tipos que corrían hacía su local. Pero ella en vez de preocuparse, continuó ensimismada en su trabajo, pues ya era tarde y el frío para una señora de 74 años es mortal.

Desde ese momento hay un lapsus que es completamente desconocido para todos los que hoy, 7 años después, rodean a María Teresa Figueroa. Los detalles sobre lo que sucedió esa noche de julio en el local de la mujer, ubicado en Las Condes, son todo un misterio. Lo único claro es que esa noche los tres individuos entraron a la farmacia, maniataron a la mujer, le robaron todo el dinero de la caja y la violaron. Los tres.

Si bien posteriormente los hombres fueron identificados en el Servicio Médico Legal con las pruebas seminales, no existe rastro de su paradero.

María Teresa hasta el día del asalto era virgen.

La depresión que la llevó a la inmaculación

Se graduó de Química y farmacia en la Universidad de Chile, carrera a la que entró impulsada por sus ganas de ayudar a su madre que sufría de una extraña enfermedad que para esos tiempos parecía incurable. La leucemia de su progenitora fue crucial para el rumbo que tomó su vida. Pues si bien su casa estaba a una cuadra de distancia de la de ella, sus días eran una constante necesidad por encontrar la cura a la enfermedad que amenazaba con quitarle a la mujer que sola la crió. Nunca conoció a su padre.

Fueron diez largos años hasta que finalmente la mujer no pudo con el cáncer y dejó a María Teresa sumida en una profunda depresión. Pues la razón que tenía para vivir se había muerto.

Pero a pesar de esto, la mujer salió adelante, a su manera. Compró un terreno en donde construyó su casa y su farmacia en Las Condes y a esta le entregó su vida.

Según sus cercanos, ella nunca pololeó, nunca tuvo amigos, sólo amigas y muy pocas. Nunca celebró sus cumpleaños, nunca llamó a los de sus sobrinos ni de su hermana. Su vida era el local y sus constantes rezos en los que ella decía hablar con su madre. Más de una vez contó que su progenitora la visitaba en sueños y le aconsejaba que no hablara con extraños, menos si estos eran hombres. De esto denota su profundo rechazo al sexo opuesto. Y el tiempo le dio el mayor motivo para odiarlos.

Una niña en recuperación

Después de esa horrible noche, María Teresa volvió a ser la misma, la misma de hace 70 años atrás, pues su mente no pudo con la trágica experiencia y desde el 2000 vive como una niña de cuatro años. Depende absolutamente de su enfermera a la que trata de “mami”. Y si bien su cuerpo está en excelentes condiciones para su edad (81), no va al baño, ni se ducha, ni come sin que su “mami” esté con ella.

Susana conoce a su “hija” hace 6 años, cuando los sobrinos de la mujer acordaron que lo mejor para ella era trasladarla a un lugar en donde pudieran dedicarle el 100% del tiempo a su tía y cuenta que a pesar de los avances en la forma en que la mujer se relaciona con otros han sido significativos, está lejos de mejorar, porque el daño en la mujer es irreversible. Ella logró continuar con su vida borrando todo recuerdo de su adultez y la mejor manera que encontró fue retrocediendo en el tiempo y creando su propio mundo.

Por Mónica San Martín

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Examen de Técnicas Narrativas.